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Un padre caballero tenía tres hijas. Era él magnate de la Corte y con frecuencia tenía que presentarse en palacio. El rey, teniendo idea de armar nuevos caballeros, le preguntó a ese padre:

—¿Qué familia tiene usted?

—Señor, tres hijas.

—¿Algún hijo?

—Uno, un gentil muchacho que se llama Guarin.

Al oír esto, la reina (de la. que decían que era bruja o medio bruja) le dijo al rey al oído:

—Ese no tiene hijo.

Envió el rey al caballero a su casa en busca del hijo. Apurado iba él, cuanto más cerca de casa, tanto más apurado. Al llegar a casa, la primera a quien vio fue la hija mayor.

-¿Qué le pasa, padre, para estar tan triste?

-¿Que qué tengo? He dicho al rey que tengo hijo. El me ha replicado que se lo presente, y estoy apurado.

Cuando, al hacer la misma pregunta la segunda hija, contestó el padre lo mismo que a la mayor:

—Mejor que decir eso, ¿no hubiera sido, padre, que nos trajera un buen novio a cada una?

Al tener noticia la tercera hija de la ansiedad del padre,

—No se apure, padre —le dijo—. Yo me presentaré al rey disfrazada de muchacho.

Se van ambos, padre e bija, a caballo, adelante y adelante. Cuando llegaron a palacio y se presentaron al rey, llamando éste a la esposa:

—He aquí a Guarin —le dijo—, aunque tú digas que no.

—¿Ese Guarin? Esa es mujer. Envíala a aquel extenso prado.

Había en aquel prado lino a un lado, hierba al otro. La reina bruja se decía entre sí:

Le comunicó después esta idea al esposo.

A Guarin, o al tenido por tal, se le apareció la Madre Virgen cuando iba al prado y le dijo:

—Vete al linar.

El jinete andaba al galope en el linar.

—Mira ahí —le dijo el rey a la esposa—; anda en el linar: es muchacho.

—Que no, hombre, que no. Dile ahora que venga hacia acá y que prepare nuevamente el caballo. Tú lo verás. Por ser mujer, arreglará el caballo dentro de la cuadra. Si fuera muchacho, lo haría fuera.

Entonces llamando el rey al jinete, le dijo:

—Ve, Guarin, ve a poner al caballo nuevas correas.

Cuando iba hacia la cuadra le salió nuevamente la Virgen y le dijo al oído lo que debía hacer. Guarin entró en la cuadra en busca de las correas y con ellas preparó al caballo fuera.

—¿Lo ves? —repuntó el rey a la esposa—. Es muchacho.

—No es muchacho, sino muchacha. Para saber si es o no lo es, envíala a la fuente con el botijo. Si trae agua, es muchacho; de lo contrario, no.

Cuando iba hacia la fuente con el botijo en la mano, la Virgen le dio este consejo al supuesto muchacho:

—En el pozo que hay junto a la fuente verás una culebra con los ojos abiertos, pero dormida. Toma en la mano este mimbre. Con él atarás bien esa alimaña en la parte trasera del caballo y después de llenar bien el botijo ven a palacio.

Sucedió esto. Al venir hacia palacio, la culebra, que venía encima del caballo, soltó una carcajada, al poco tiempo otra y otra algo más tarde. El del botijo oyó, aturdido, estas risotadas. Apareciendo nuevamente la Virgen le dijo:

—Cuando llegues a la presencia del rey pregunta tú a la culebra la causa de esas carcajadas.

Para entonces estaban en palacio, en el balcón más espacioso, el rey, la reina y muchos cortesanos. Al llegar allí pidió Guarin al rey permiso para hablar y, obtenido, dijo a la culebra:

—Culebra: ¿por qué has hecho esas tres carcajadas?

—La primera porque he visto el tejado del palacio de mi señora madre. La segunda, cuando he visto a mi señora madre junto al rey, su esposo, siendo dueña de todas las llaves. La tercera, porque una doncella como usted (esto decía por la Virgen María) me ha derrotado.

Al saber el rey a quién tenía por esposa, hizo encender un gran fuego en la misma plaza delante del palacio e hizo tostar allí a la esposa bruja. Luego, sabiendo quién era Guarin, el rey se casó con ella.

Oído en Lequeitio
de labios de Dolores Echebarría.

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