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Hcae ya mucho tiempo, hará como ocho o nueve siglos, no había en Mendibe más casas que las de Lohibarre y Mikelbarre. El muchacho de Lohibarre fue en una ocasión al precipicio de Galharbe, detrás de unas vacas. Andando de una parte a otra, ve en una caverna una lamia limpiando el candelero que está ahora en la iglesia del Salvador, mientras se peinaba con un peine de oro. Al ver que brillaba como el sol, le pide el muchacho a la lamia el candelero. La lamia le dice que no. Pero, al fin, a fuerza de ruegos, consigue hacerse el muchacho con el hermoso candelero y se va.

Pronto cae en la cuenta la lamia que el muchacho le ha quitado el candelero para llevar al Salvador y que va directamente a la iglesia. A gritos, le empieza a seguir inmediatamente, y con tanto, aparece en un alto el Basajaun saltando… llegó también aquel. El muchacho se creía ya perdido, y fatigadísimo, llega al Salvador y comienza a dar voces:

―Señor San Salvador, lo tenía para vos. Compadeceos de mí.

Y al momento empieza de por sí a sonar la campana del Salvador.

La lamia y el Basajaun pararon de golpe, en el mismo momento, y el Basajaun le gritaba al muchacho:

―Ya te vale ciertamente el toque de ese cencerro que está dale y dale. Pero ya daré cuenta de ti la primera vez que te sorprenda en ayunas.

Después de varios días, va nuevamente al día siguiente de haber estado trillando trigo. De repente, le sale el Basajaun; se espanta el muchacho y, rascándose la cabeza, se convenció de que su vida había terminado; pero se le quedaron enredados en la cabeza, la víspera, tres o cuatro granos de trigo; los cogió entre los dedos y de golpe los mete en la boca con el fin de romper el ayuno. Con esto desapareció el Basajaun y no ha aparecido más. Pero tampoco ha subido al monte en ayunas. El muchacho de Lohibarre hizo con el candelero lo que dijo. Llevó a la iglesia del Salvador y aun en nuestros días se puede ver allí. Pero seguramente no estará tan hermoso como antes.

Aprendido en Ahatsa.

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