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Encontrose un sacerdote, al ir de paseo, con un conocido aldeano, y al saludarle con la consabida frase: «¿Estamos trabajando?», o con otra parecida, le dice el aldeano:

- Señor, hace poco os he enviado a casa una liebre.

- ¡Hombre! -y diciendo-: Mil gracias -le dio de propina una moneda de dos pesetas.

Cuando entró en casa el sacerdote dijo a su madre:

- Hoy buena cena, ¿verdad?

- Como la de siempre -le contesto la madre.

Al día siguiente, en la suposición de que su madre había puesto en salmuera la liebre, se acercó a la cocina a eso de las doce y, dirigiéndose a la madre, le preguntó:

- Hoy buena comida, ¿verdad?

Y la madre:

- Por qué decís eso, Martín: Ayer buena cena, hoy buena comida?

(Pocos padres hablan a hijos sacerdotes tuteando, los más (les tratan) de vos.)

- ¿No envió ayer Fulano alguna liebre?

- ¿A dónde? ¿A nuestra casa? No, por cierto; ni siquiera recuerdos.

La misma tarde, iba el buen sacerdote, por el mismo camino de la víspera. Fue expresamente donde el aldeano y le hizo esta pregunta:

- ¿No me dijiste ayer que me enviaste una liebre?

-Sí, señor; de entre zarzas salió la liebre y le dije: Vete a casa del señor cura.

Referido por Manuela Ernandorena, ¿en Bera?

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