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Todos los domingos, en la iglesia de Santa Engracia, llevaban al ofertorio, delante del altar, pan que había de ser bendecido, y la persona encargada de la ofrenda era la señora de la casa. A recibir el pan bajaba del altar el sacerdote.

Una vez la oferente fué una mujer pequeñita, y trajo un pan chiquitito. En el momento en que el cura se acercó a recibir el pan de la ofrenda, dejó escapar la pobre mujer un cuesco algo sonoro. Entonces los feligreses todos se echaron a reir; pero el señor párroco, como era sordo, no oyó el ruido mencionado y creyó que todos se reían por ser pequeño el pan. Y dijo a los feligreses:

- No os riáis. Esta vez ha hecho uno pequeño, porque le faltaba masa. El de la próxima vez será más voluminoso.

Etxebarne Kalonjeak Intxaustoy apaizari esana.

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