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Un señor párroco convidaba cada domingo a comer a su sacristán. Allí los dos, frente a frente, dulcemente, despachaban su comida y se decían dos o tres chistes en la conversación. Cuando la campana hacia oír su llamada para las vísperas, el párroco brindaba con su sacristán diciendo:

- Tibi (que significa «A ti») .

Hacía ya algunos años que vivían así, dulcemente y en paz, párroco y sacristán.

Un día le fue preciso al sacristán ir con un mensaje a casa del cura del barrio. Llega allá hacia el mediodía. (Diciéndole) que no debía volver en ayunas, el cura le obligó al citado sacristán a quedarse a comer. Conversaron alegremente durante la comida y al terminarla, el párroco brindó diciendo:

- Brindo a su salud.

Entonces el sacristán (dijo): - Señor, usted me dice así, pero nuestro párroco de otra manera.

- ¿Y cómo?

- Tibi.

- ¡Tibi! No, probablemente no.

- Si, si, Tibi.

- Yo no puedo creer que un señor sacerdote te diga a ti esa palabra.

- Que sí, cierto: Tibi.

- ¿Puede acaso ser verdad lo que me dices?

- Que sí, Tibi. Pero dígame usted lo que significa.

- No puedo.

- Sí, por favor; ilústreme usted.

- Pero podría acarrear algún mal al señor párroco.

- No, señor, no. Dígame, le ruego.

- Pues he aquí. Tibi es el nombre de todos los insultos. Quiere decir tonto, inútil y miserable (francés, gueux), lerdo y todo lo que quieras.

-¿Es así?

Y el sacristán se va a casa con el corazón acongojado y con ansias de vengarse, sin poder explicar cómo el cura se burló de él tanto tiempo.

En el siguiente domingo, el párroco convida, como siempre, a comer al sacristán. El sacristán (estuvo) ceñudo, huraño, sin embargo de ser buena la comida: gobios (peces de río) y palomas y buen vino; pero el sacristán, silencioso y huraño.

A luego de comer hizo la campana su llamada y el párroco, como siempre, al brindar dijo:

- Tibi.

Entonces el sacristán, teniendo los ojos vivos, los carrillos ardiendo, aguijón en la lengua, le dijo:

- ¡Ah! ¿Tibi? Basta ya. Su madre de usted, Tibi; Tibi, su padre; usted mismo, Tibi;Tibi todos sus parientes, y no vendré más a su casa.

El párroco no le entendió ni pizca.

Referido por el sacerdote Intxaustoy de Garandaine.

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